Como un niño, dotado con ganas de vivir experiencias didácticas nuevas, observaremos por encima todos y cada uno de los bombones de la caja, y nos lanzamos en busca del más apetitoso. Según las circunstancias en las que se encuentre el niño que llevamos dentro, nuestros ojos se verán afectados por los gustos que tengamos en ese momento, y se depositarán en un chocolate en concreto.
Supón que estás contento, radiante, feliz, en un momento lleno de plenitud. A tus ojos les llama la atención un bombón redondo, recubierto por una capa de chocolate blanco y que en la parte superior tiene espolvoreadas unas diminutas virutas de chocolate con leche. Lo coges y te lo metes en la boca. Primero saboreas el chocolate blanco y las virutas. Pero cuando muerdes por primera vez el chocolate, te sorprende gratamente una almendra caramelizada en su interior. No te lo esperabas para nada. Sonríes entusiasmado y continúas con tu búsqueda.
Tu entusiasmo te ha llevado a escoger otro bombón. Este es cuadrado y está recubierto por chocolate con leche. Al meterlo en la boca, esperas que te envuelva con su finura y su sabor dulce. Pero te extraña cuando saboreas algo fuerte y amargo: café. El bombón ha acabado dejándote un mal sabor de boca y una nube de amargura. Sabes que mezclar un bombón dulce con ese sabor no será buena idea; más bien, un auténtico desperdicio. Aunque tampoco quieres quedarte así. Enseguida buscas entre los bombones el que pueda ser el adecuado.
Al final, optas por uno recubierto por una capa de chocolate negro, que sigue siendo amargo, pero distinto, afortunadamente. De repente, mientras lo masticas, un sabor a naranja se dispara en todas direcciones dentro de tu boca. No está mal. Es mejor que el de café.
Y así puede continuar un largo etcétera. Puede que algún día vuelvas a recurrir al bombón de café. Y también es posible que entonces, te inspire otras sensaciones. ¿Quién sabe? La vida es tan variada... y nunca se sabe qué te puedes encontrar en una caja de bombones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario