domingo, 23 de marzo de 2014

Capítulo 1 - Al final de la carretera

Kirian había olvidado aquella sensación por completo. Siempre respetando las señales de tráfico, el Shelby que conducía avanzaba tranquilo y sin prisa; por fin, tenía tiempo de sobra para ella. Llevaba consigo la lista de las cosas que iba a hacer aquel día, escrita aquella misma mañana. Punto número uno: escapar.
En realidad, aquella idea había brotado en su cabeza tiempo atrás, un día, rodeada de libros y apuntes en su cuarto, evocando las vacaciones de verano y el fin de carrera. Puesto que ya había llegado el momento, desechó toda imagen de libros, clases y profesores y se limitó a sonreír, sin apartar los ojos de la carretera. Hacía ya un rato que había dejado atrás San Sebastián y se dirigía hacia el interior de la península. Y, aunque desconociendo su destino, se sintió aliviada de poder levar anclas. Mamá no había acabado por dar su aprobación a aquel viaje, pero no había podido hacer nada por detenerla; la decisión estaba tomada. “Lo siento mamá, esta vez gano yo”, pensó Kirian esbozando una sonrisa de oreja a oreja. El cielo azul lo gobernaba un sol enorme y radiante que arrancaba haces de luz del capó del Shelby mientras su conductora se deleitaba con un CD de AC/DC; le pareció apto para aquel día tan glorioso. Entretanto, había abierto las ventanillas del coche y se había puesto las gafas de sol. Nada podría estropear aquel momento.
De repente, la voz de Bon Scott se desvaneció para sorpresa de Kirian. En su lugar, comenzó a sonar el teléfono del coche y suspiró para inspirarse paciencia en cuanto leyó el nombre que apareció en la pantalla. Debería haberlo previsto antes. Lo último que quería que pasase estaba apunto de ocurrir. Carraspeó y presionó el botón idóneo.
  • ¿Qué quieres, Claudia? - preguntó aparentando serenidad.
  • ¡Te has vuelto completamente loca, ¿verdad?! ¡¿Dónde cuernos estás?! -. La voz de Claudia sonaba alterada.
Kirian se preguntó si era por temor a perder a su guardaespaldas las noches de discoteca o por simple y mera envidia. En cuanto a la pregunta, no tenía intención de caer en la trampa de su hermanastra...
  • Deberías preocuparte más por saber cuál es tu lugar en todo esto, ¿no crees? Además, no hagas como que no lo sabes.
  • Kirian... ¡A mamá le va a dar un infarto! Deja de hacer tonterías y da media vuelta en cuanto tengas la ocasión.
  • No eres nadie para impedirme ir a donde me plazca, no me pongas excusas de colegio. Así que no me equivoco... perseguirme es tu hobby, ¿cierto? - durante el silencio que hubo durante unos instantes, Kirian miró por el retrovisor para confirmar sus sospechas: a través de las gafas de sol, alcanzó a ver el Porsche Cayenne plateado; dentro, divisó el semblante desesperado y enfadado de Claudia, enmarcado por su larga cabellera rubia oscura ondulada. No respondía, así que habló ella -. ¿Sabe tu padre que le has robado el coche?
  • Eres tú la que se larga con el Mustang rojo de tu madre. Lo que yo haga no es asunto de tu incumbencia.
  • No te inventes cosas, rubia. El coche es tan mío como lo es tuya esa arrogancia. Y es un Shelby; no un Mustang -. Y, descaradamente, Kirian colgó el teléfono a su hermanastra. Odiaba las cosas que se veía obligada a hacer por las insensateces y sandeces de Claudia.
Hacía mucho tiempo que no cogía el coche, pero no había olvidado el gran arte de su conducción. Con un suspiro, presionó el botón de las ventanillas para cerrarlas. Claudia, conociéndola, sospechó cuáles eran sus propósitos y apretando las manos entorno al volante, esperó paciente. Entonces, pisando el acelerador, de un volantazo, Kirian salió del carril derecho en cuanto pudo y cogió velocidad dejando atrás el Porsche. Claudia reaccionó lo más rápido que fue capaz, no iba a permitir que Kirian huyera; aunque tuvo que esperar a que la adelantara un Audi Q5 antes de poder salir del carril, cosa que la dejaba en desventaja. Kirian observó durante unos segundos el Audi por el retrovisor con una sonrisa agradecida, mientras la aguja del velocímetro iba subiendo. Entonces, volvió la mirada a la autopista; no podía descentrarse, la carretera no era un juego.
El regreso de AC/DC hizo las veces de banda sonora de la persecución. El Porsche era un buen coche, potente. Pero el Shelby era más ligero y más rápido: en 3.8 segundos pasaba de 0 a 100, de ser un adorable cochecito rojo a un temible monstruo del asfalto. Kirian podría haberlo disfrutado enormemente de no ser por el Cayenne que le pisaba los talones. Claudia era realmente dura de roer. Por suerte, la autopista de tres carriles facilitaba las cosas y no se vio obligada a pegar frenazos repentinos. Hubo momentos, en cambio, en los que deseó cambiar el Shelby por un Camaro; los constantes cambios de carril la obligaban a pegar volantazos y a girar, a adelantar por la derecha y volver a girar a la izquierda y reconocía que su coche no era de los más precisos en ese sentido. Pero era buena conductora y se las apañaba para realizar curvas impecables.
Con gran alivio, observó que dejaba los demás coches y el incómodo abucheo de claxons atrás para deslizarse por una carretera desierta y en línea recta. Le brillaron los ojos; por fin podría pisar el acelerador sin preocuparse por sortear coches. Claudia también agradeció ese cambio. Quedaron solos ambos coches enfrascados en una persecución de película. Claudia presionó el botón de averías, con la intención de hacer rabiar a Kirian; ésta, en cambio, estalló en carcajadas. “¡Socorro... una rubia loca conduciendo un Porsche!”, bromeó. En aquel instante, el velocímetro alcanzó los 150 km/h y las revoluciones se dispararon como la adrenalina que circulaba por el interior de Kirian. Bon Scott rugió, el motor rugió y rugió también una voz interior que se moría por salir. Claudia no pensaba darse por vencida y recordó, complacida, que aún le quedaba la sexta marcha; pisó el embrague y movió la palanca de la caja de cambios. Las revoluciones del Porsche descendieron y sintió como si volara.
Kirian era consciente de que aquello era totalmente ridículo, casi infantil; pero la lista de quehaceres señalaba claramente que escaparía... y no iba a permitir que Claudia se saliera con la suya, fueran cuales fueran sus intenciones. Ella solo buscaba paz y soledad... y no consentiría que la obligaran a retroceder. Consciente de la velocidad a la que se precipitaba carretera a través, miró por el retrovisor y le pareció que el Porsche avanzaba rápido y se aproximaba. Kirian sabía que el objetivo no se trataba de alejarse lo más posible, sino de despistar a Claudia. La única forma de conseguirlo era tomando alguna de las salidas de la autopista sin que lo notara. Pero... ¿cómo hacerlo? Debía pensarlo rápido y, mientras tanto, avanzaba sin que le preocupara el viento que se rompía contra el capó. Le inquietaba, por momentos, la idea de que aun tomando una salida Claudia la siguiera... entonces, ¿qué? Debía pensarlo bien...
De pronto, a unos metros por delante de ella, Kirian avistó tres camiones trailer que avanzaban pesados por el carril derecho; al mismo tiempo vio un cartel que señalaba la salida a una gasolinera a poco menos de un kilómetro de distancia y, con él, su oportunidad de idear un plan. Ligero como una pluma, rugiendo como un tigre, el Shelby se aproximó a los camiones, calculador. Todas las piezas encajaron cuando Kirian distinguió la curva que trazaba la carretera hacia la derecha unos metros por delante y el intermitente del segundo camión, señal de que iba a pasar al carril izquierdo. “Espero que no sea hoy el día de mi muerte” pensó Kirian después de haberle dedicado una última mirada al Cayenne por el retrovisor. Aún más rápido, de improviso y habiendo respirado hondo, salió de su carril para adelantar al segundo camión por la izquierda para sorpresa e inquietud de Claudia. Las gigantescas ruedas del vehículo rodaban lentas en comparación con los neumáticos del Shelby; tal y como su conductora había calculado, el parachoques del coche estaba a la misma altura que el del camión cuando alcanzaban la curva. Entonces, impulsada por la velocidad que traía, Kirian cruzó el segundo carril por delante del camión y alcanzó el carril derecho pisando fuertemente el freno, quedando custodiada por los otros dos trailers y completamente a salvo de los ojos de Claudia. Ignorando las protestas de los camioneros Kirian suspiró al comprobar que todo había salido bien; con suerte, su hermanastra habría perdido su pista. El coche había frenado hasta alcanzar la velocidad del camión que avanzaba tranquilo por delante. Las manos de Kirian permanecían, sin embargo, amarradas fuertemente al volante y su corazón parecía amenazar con atravesarle el pecho y salir disparado al salpicadero. Decidió no preocuparse por Claudia; había hecho lo más que podía por deshacerse de ella y a ella le tocaba ahora decidirse por abandonar aquel juego de críos.
Mientras recobraba la respiración reía pensando en la tonta de Claudia; aunque calló de golpe cuando reconoció que ella misma era igual o, incluso, peor que su hermanastra en eso. Cuando alcanzó la salida giró a la derecha aún con manos temblorosas. Era consciente de que podía haber causado un grave accidente y no contarlo. Al menos, todo había terminado y no había rastro de Claudia. Y, aunque era posible que algún control oculto delatara la gravedad de su locura, se sintió realmente aliviada. Incluso se imaginó la cara de ogro que habría puesto su madre en el caso de que hubiese sido testigo de la persecución; pero se limitó a parar el coche junto a una pobre arboleda que había junto a la gasolinera, a salir al encuentro del calor y de la sombra que proyectaba un árbol en un banco de piedra, a quitarse las gafas de sol y a sentarse dejando la mente en blanco.
Estaba mareada y agradeció la brisa de montaña que le apartaba los pocos mechones de pelo que le molestaban. Su corte de pelo fue un auténtico escándalo en su día. Hacía ya un par de años que Kirian había renunciado a su increíble melena. Hasta entonces había ocultado entera su espalda y había llegado hasta su cintura. Era como un estandarte color castaño oscuro brillante que en verano era atravesada por una brecha rubia. Un día, sin haberlo consultado con nadie previamente, apareció en clase sin la melena, literalmente; había decidido cortárselo como los chicos, cosa que horrorizó a sus amigas y sirvió a las más engreídas para empezar a lucir sus propias melenas con el objeto de cazar especímenes del sexo masculino, ahora que ya no contaban con su competencia. A Kirian nunca le importó lo que los demás dijeran de ella; el resultado le pareció bonito, cómodo y económico. Y seguía pensando de la misma forma.
Se pasó la mano por la nuca antes de cruzar miradas con el Shelby. Allí estaba el gran monstruo rojo que tan adorable y, al mismo tiempo, poderoso le parecía parado. La gente exageraba muecas de extrañeza cada vez que Kirian hablaba de las miradas de los coches; sobre todo en la facultad, donde cualquier comentario era válido para llevarle la contraria. Cuando lo comentaba fuera de ella no resultaba tan disparatado. Desde pequeña, conservaba la costumbre de fijarse en el semblante que formaban los focos, el parachoques y la matrícula en conjunto. El Shelby le transmitía fidelidad, seguridad, fortaleza y serenidad. En definitiva, era su coche.
Se masajeó los ojos antes de volver a ponerse las gafas de sol. Entonces, se decidió a incorporarse y a acercarse al bólido. Acarició las dos franjas blancas que atravesaban el coche de maletero a capó y abrió la puerta del conductor para dejarse caer en el asiento. Definitivamente, Claudia había perdido a Kirian; ésta permanecía saboreando ese pensamiento mientras observaba el tráfico de la autopista que había dejado atrás. No era la primera vez que Claudia la perseguía en carretera. La última vez se salió con la suya y Kirian regresó a casa; la argumentación de su hermanastra había sido precaria, pero en aquel momento carecía de motivos para no ceder. Esta vez había sido diferente. Tras unos segundos, volvió la cabeza al interior del coche y dirigió los dedos meñique y corazón de la mano derecha a un compartimento pequeño que había junto a la guantera. Apretó con suavidad y el compartimento se abrió. Ahí guardaba una pequeña libreta y un bolígrafo con los que le gustaba contar durante los viajes en carretera. En aquella ocasión, también se encontraba la lista de quehaceres que había escrito esa mañana. Buscó con los ojos el punto número dos: echar gasolina al coche.
  • Esperemos que no sea tan difícil como el punto anterior... - murmuró Kirian guardando el papel en el compartimento y cerrándolo.
Introdujo los pies en el coche, cerró la puerta y rodeó el volante con las manos y con un suspiro. Se disponía a arrancar cuando oyó el vibrador del móvil. El aparato temblaba en el asiento del copiloto, debajo del bolso. La chica enterró la cara entre las manos, maldiciendo su suerte, antes de apartar el bolso en busca del smartphone. Esperaba que se tratara de Claudia de nuevo; pero no fue así. La llamada era de Diego. Kirian deslizó el dedo por la pantalla para descolgar y se acercó el móvil a la oreja.
  • ¿Diga?
  • ¿Kirian? ¿Dónde estás? - a diferencia de la de Claudia, la voz de su padrastro sonaba tranquila, sin intenciones.
  • En una gasolinera, repostando. ¿Tú también me echas de menos? - Diego meditó antes de responder.
  • No tengo nada en tu contra, ni te reprocho la decisión que has tomado, Kirian. De hecho, me alegra que quieras desenvolverte... salir del nido... - hizo una pausa antes de continuar. Era evidente que no estaba al corriente de la aventura de su hija; ni lo estaría. Claudia jamás le contaría que se había llevado su coche sin permiso, fuera cual fuera el fin – Kirian, tu madre...
  • Si mamá quiere decirme algo que me llame ella misma. Ella es tan abogada como tú, ¿no?; no necesita intermediarios. Su oficio consiste en intermediar – cortó Kirian tajante a su padrastro. Éste prosiguió sin proceder a discutirle nada.
  • ... tu madre está preocupada. - lo cierto era que la chica se esperaba cualquier cosa menos eso. Silencio.
  • Perdona... ¿cómo dices? - preguntó Kirian entre risas desconcertadas.
  • Es tu madre, Kirian; natural que se preocupe. Y en respuesta a tu intervención, he sido yo quien te ha llamado sin la sugerencia ni la solicitud de intermediar de nadie. - aquella conversación empezaba a ser incómoda, sobre todo porque Diego era abogado y se le daba bien eso de hablar. Temía que intentase hacerla volver.
  • Curioso - soltó Kirian, en realidad, sin dirigirse a Diego.
  • ¿Curioso? - sabría responder a esa pregunta, no obstante.
  • Curioso porque la primera vez que esa mujer se preocupa por mí es, precisamente, cuando me largo de casa. Sí, curioso. - Silencio de nuevo. Aunque Kirian no se confió; las discusiones con Diego no eran fáciles.
  • Sabes perfectamente que tu madre te quiere y quiere lo mejor para ti...
  • En ese caso, lo mejor es que me deje marchar. Ya le he dicho yo eso.
  • Déjame terminar, Kirian, no seas descarada. - las intervenciones de Diego desconcertaban aún más por su inexplicable serenidad. Nunca se alteraba por nada. Kirian se preguntaba cómo sería un juicio con él de abogado - Ella quiere lo mejor para ti y, puesto que es tu madre, teme que te estés precipitando y tomando la decisión equivocada. Además, ¿cuáles son tus intenciones a partir de ahora? ¿Tienes alguna idea de qué vas a hacer? - La cosa se estaba poniendo muy fea. Diego sabía que Kirian no se había decantado por ningún destino. Ésta se pensó bien la contestación.
  • Yo tomaré las decisiones que tenga que tomar y las consecuencias serán las que tengan que ser; mis propósitos se limitan a seguir el curso de mi vida como persona. Ésa es la intención, ¿cuál era la tuya cuando me has llamado? - Kirian siempre había sido muy directa y detestaba los rodeos de Diego; aunque, en el fondo, quería ahorrarse el tener que confesar a su padrastro la poca idea que tenía de a dónde se dirigía.
  • Hablar contigo sobre tu viaje; no hemos tenido ocasión de hacerlo. Yo también estoy preocupado por ti y no considero sensato irme de viaje para un año sin asentarme previamente. ¿De qué recursos dispones?
  • Conservo parte de mis ahorros en efectivo y el resto en la cuenta bancaria, como tú y como cualquiera. La tarjeta de crédito está en mi cartera. Y, por si la respuesta no te es válida, te anuncio mi intención de buscar un trabajo cuando yo misma lo considere necesario. Tengo el currículum guardado en mi correo electrónico; no tengo más que informarme, conseguir contactos, enviarlo y esperar. Además, dispongo de un coche, los seguros, el DNI, la tarjeta sanitaria, cuatro bragas, una autopista en la que tengo derecho a circular y una vida por delante, además de una desesperada necesidad de poner en orden mis ideas y, como tú mismo has dicho, de “salir del nido”. - Kirian quedó sorprendida de su espontaneidad. ¿Qué respondería Diego?
  • Está bien. Ahora, me gustaría saber a dónde tienes pensado ir. - Aquel era el punto débil.
  • Hacia el interior de la península. - respondió Kirian, más o menos tranquila. Diego se tomó su tiempo para proseguir; su hijastra se pensó que insistiría en que le dijera a dónde se dirigía para obligarla a confesar que no tenía ni idea. Pero, para su sorpresa, no fue así.
  • Ante todo quería que supieras que nosotros estaremos aquí, pendientes por si necesitas algo, por si cambias de opinión y quieres volver. Estamos preocupados, sí. Pero no vamos a ponerte trabas; como ya he dicho, queremos lo mejor para ti, cielo. ¿Estás segura de que es esto lo que quieres? - Kirian se dio cuenta de que hasta ese momento había hablado en su defensa y convertido aquella conversación en una discusión inútilmente.
  • Lo siento. Considero que después de tantos años sumergida en los mismos ambientes, los mismos espacios, ya sabes, tratando con las mismas personas, necesito empezar una nueva etapa lejos de casa. Poner en práctica mi libertad. Llegar al final de la carretera y poner en orden...
  • ... tus ideas. - concluyó su padrastro.
  • Eso es – afirmó Kirian. Se sintió realmente complacida cuando pensó que su padrastro la entendía de verdad.
  • Mantendremos el contacto. Llámame cuando hayas conseguido un lugar donde pasar la noche, ¿de acuerdo?
  • Cuenta con ello. Gracias, Diego.
  • ¿Gracias por qué?
  • Por entenderme. Mamá se lo ha tomado de otra manera.
  • Te lo he dicho; está preocupada. Ya sabes cómo es. Llámala de vez en cuando y manténla informada de lo que vayas haciendo. Lo mismo conmigo. Pórtate.
  • No os preocupéis por mí – repuso Kirian. Después de unos segundos volvió a romper el silencio – Te llamo luego.
  • Hasta luego entonces. Que tengas buen viaje. Te quiero.
  • Y yo a ti – Kirian aún no se había acostumbrado a que aquellas dos palabras salieran de la boca de su padrastro; y eso que llevaba muchos años en la familia – Adiós.
  • Adiós, cielo. - Y colgó.
Kirian lanzó el teléfono al asiento del copiloto, de donde lo había cogido, apoyó la cabeza en el suyo y se masajeó las sienes. “Mejor no pensar”, se dijo. Antes de agarrar el volante y girar la llave del coche para arrancar, buscó el bolso con las manos, lo asió y lo depositó en el asiento del copiloto, junto con el móvil. Entonces, vio un pico que se asomaba por la abertura; se le había olvidado sacarlo. Metió la mano y extrajo a Jaime del bolso. El paso de los años había hecho mella en sus cansados ojos negros, sus costuras y su relleno; pero seguía siendo su querido patito rechoncho. No había sido capaz de abandonarlo en su cama. Allí estaba, mostrando la misma fidelidad veinte años después. Kirian sonrió.
  • Cuántas cosas nos han pasado ¿eh, colega? - dijo antes de abrazar a Jaime mientras posaba la mirada en la gasolinera. - Veamos si puedo echarle gasolina a nuestro querido Shelby.
Entonces, depositó a Jaime cuidadosamente sobre el bolso, arrancó el coche y se aproximó a uno de los surtidores. Cuando volvió a parar, salió del coche y cerró la puerta. No había más clientela así que el encargado se acercó tranquilo, quedando boquiabierto al ver el coche y a su conductora. Era un hombre alto de raza negra y llevaba una camiseta roja y blanca con el emblema de Repsol. Observó a Kirian como esperando una orden.
  • Para el Shelby gasolina, por favor. Llene el depósito hasta arriba. Volveré en seguida. - y se dispuso a entrar en el establecimiento a pagar el combustible.
Mientras se dirigía a la tienda no pudo evitar reflexionar sobre la conversación que acababa de mantener con Diego. De pronto, recordó algo que Claudia le había dicho antes: “Kirian... ¡A mamá le va a dar un infarto!”. Se mordió el labio. Puede que su hermanastra no la estuviera mintiendo del todo. De todas formas, lo hecho hecho estaba y, desde luego, Kirian no se iba a arrepentir. A veces se preguntaba cómo Claudia podía ser tan insoportable teniendo un padre como Diego. “Su madre será igual de asquerosa” argumentó para sí. Lo que no se explicaba era la repentina preocupación que aparentemente había invadido a su madre. Diego le había pedido que la llamara de cuando en cuando, para que en todo momento estuviera al corriente de cuál era su situación. En aquel momento, no supo decir si le resultaba extraño o sospechoso, ni si se sentiría mejor llamándola. Su madre y ella nunca hablaban por teléfono. Mejor dicho, nunca hablaban, al menos, de asuntos de considerable relevancia.
Cuando abrió la puerta del establecimiento, un soplo de aire frío expulsado por un ventilador penetró por todos los orificios de su cara acompañado del olor a café y a tabaco. Miró al encargado de la tienda entrecerrando los ojos. Era un hombre adulto, de unos cuarenta o cincuenta años delatados por las canas que se abrían paso en su cabello oscuro, sin afeitar, musculoso y con un tatuaje en el brazo derecho. Leía atentamente una revista sobre automóviles. Llevaba un chaleco vaquero sobre una camiseta de licra blanca que se ajustaba a su cuerpo y el olor a tabaco se escapaba de un cigarrillo que permanecía atrapado entre sus dientes. En cuanto vio a Kirian, se acercó un cenicero repleto de colillas y se deshizo de su cigarrillo. Dio un paso atrás y exhaló en la ventana abierta. Cuando en su rostro aparecieron las huellas del asombro y la admiración, Kirian adivinó que había visto el Shelby. No pudo evitar sonreír. El encargado silvó sin quitarle los ojos de encima al coche.
  • Shelby Mustang GT-500 del 2010 – hablaba como si se le hubiesen paralizado los músculos de la cara - de 540 CV y motor V8 5.4. Alcanza las 6.250 revoluciones... Realmente, un coche increíble – sus ojos brillaban.
  • Veo que sabe usted de coches. - Fue entonces cuando se decidió a mirar a su cliente.
  • Disculpa, no estamos acostumbrados a ver cacharros así por aquí. Y mucho menos cacharros conducidos por cacharros. - Flirteó el hombre, guiñándole un ojo. Kirian rió buscando un aperitivo para luego. Todo le pareció caro, pero acabó optando por unas galletas saladas.
  • Aparte del combustible va a cobrarme también esto y... ¿no tendrá un mapa de carreteras del país?
  • Para vos lo que deseéis. - Dijo haciendo una torpe reverencia.
Volvió a hacer reír a Kirian y se dispuso a salir del otro lado del mostrador para adentrarse en la tienda en busca de su pedido. Fue entonces cuando la joven se percató de cierto detalle. Se sintió avergonzada sólo de pensarlo, más aún cuando se dio cuenta de que tendría que hacer la pregunta; gracias a Dios, Diego no estaba allí para verlo. Un minuto después, el hombre reapareció con el mapa de carreteras y antes de cobrarle preguntó:
  • ¿Querías alguna otra cosa, preciosa?
  • Sí... una cosa – abrió el mapa antes de proseguir - ¿dónde cuernos estamos?

sábado, 8 de marzo de 2014

Prefacio - Mamá pícara

La niña colgó el auricular como pudo, alargando la mano por encima de la mesita de caoba en busca del impertinente aparato. Solo entonces, dio media vuelta bruscamente, cruzó los brazos y permaneció ahí de pie, enfurruñada y pensativa.
Detestaba el trabajo de papá. Aquel austero y blanco hospital lo absorbía las veinticuatro horas del día y, desgraciadamente, eran pocos los descansos que le permitían llamar a casa.
No pudo evitar sentir enfado al recordar su pregunta: “¿puedes pasarme con mamá un ratito, cielo?” Había sonado demasiado dulce, demasiado tierno. Incluso a través del hilo telefónico, la voz de papá podía saborearse en la boca con gusto, como los caramelos de limón que solía traer Diego Briones cuando venía a casa, el amigo abogado de mamá...
“Mamá...” pensó la niña con disgusto. Se dirigió hacia Jaime, su patito de peluche, al que había depositado en el sillón del salón para coger el teléfono. Se lo acercó a su pequeño rostro, lo besó y lo acarició con cariño; había sido un regalo de hacía ya dos años, de su tercer cumpleaños, pero seguía siendo su favorito. Aún enfurruñada, se dispuso a salir del salón y a recorrer el pasillo hasta llegar a la puerta de la habitación de papá y mamá. Habiendo llegado a su destino no dudó en abrir la puerta y en entrar en el cuarto. La puerta que permanecía cerrada en la pared del lado derecho conducía al cuarto de baño particular de sus padres. La chiquilla, abrazando a Jaime fuertemente contra su pecho, se acercó despacio a la puerta y escuchó el chorro de agua que caía del telefonillo de la ducha, al otro lado.
“Lo siento papi... me temo que mamá está en la ducha...”, había sido lo que le había tenido que responder a papá. Le daba rabia que el poco rato que papá podía permitirse para despedirse de mamá, ella se lo pasara cantando y silbando en la ducha. “Bueno... pues cuando salga dile que la he llamado y que me pegue un toque antes de que se vaya ¿vale?” le había dicho papá. No era nuevo que le pidiese ese favor a su hija y ésta sabía perfectamente que mamá nunca llamaba a papá al trabajo... aunque éste se lo hubiese pedido... y sólo para despedirse...
Indignada, la niña dio media vuelta y posó su mirada en la enorme cama de matrimonio de sus padres. Fue entonces cuando vio la maleta, la maleta plateada de mamá, que descansaba abierta sobre la colcha. Mamá se iba de viaje por trabajo con Diego Briones, una semana entera; los dos trabajaban juntos en ese bufete de abogados y no era la primera vez que viajarían juntos. Dejando el eco del chorro de la ducha y los silbidos de mamá atrás, la niña se acercó curiosa a la maleta. Ya estaba, prácticamente, hecha, como pudo comprobar; sólo faltaban por añadir los artilugios de última hora. La maleta estaba llena por las dos caras. Una de ellas dejaba al descubierto dos pilas de ropa coronadas por la blusa verde semitransparente y el vestido amarillo a rayas de mamá, ambos perfectamente doblados. La pequeña paseó los dedos sobre la blusa, como buscando en ella el rastro de algún bello recuerdo que no se hubiese extinguido del todo aún; después, en el vestido.
Pero entonces, su atención se posó en la otra cara de la maleta, cubierta por una superficie de tela cerrada por una cremallera. Como pasa con todas las cosas reacias a ser curioseadas, la cremallera despertó su curiosidad. Durante unos instantes, enfocó la mirada en la puerta del baño. Mamá tenía la extraña costumbre de alargar sus duchas antes de emprender un nuevo viaje. Confiando en que fuera así de nuevo, la chiquilla acomodó a Jaime junto a la maleta y se arriesgó a sentarse en la cama y deslizar la cremallera para descubrir lo que debajo hubiese. Cuando apartó la tela, frunció el ceño y revolcó la mirada en todo aquel cargamento. Unos instantes después, tras haber procesado la imagen, alargó la mano, asió el primero por el cierre y lo sacó tirando de él hacia arriba. El sujetador quedó suspendido en el aire. Al observar detenidamente la copa, inevitablemente, su mente procedió, ella sola, a evocar los senos de su madre. De forma instantánea sacudió la cabeza para desechar la imagen de la misma forma en la que había venido y procedió a analizar la pieza...
Estaba hecha de fina tela color granate, transparente en los laterales y en el casi inexistente frente central, éste último coronado por un lazo negro. Contaba, además, con dos copas guarnecidas de encajes y bordados florales en negro. La niña giró la prenda reparando en todos estos detalles antes de buscar en la maleta el lugar de donde lo había cogido; allí encontró unas braguitas a juego, con los mismos encajes de flores y el lazo. Volvió a dedicarle otra mirada al sujetador antes de lanzarlo a la colcha y proseguir con su investigación. Podría asegurar con total serenidad que no sentía ninguna clase de remordimiento por estar metiendo las narices en los asuntos de mamá.
En un principio se le había ocurrido la idea de que, como mucho, mamá contaba con siete de aquellos conjuntos para la semana que iba a estar trabajando fuera. Pero, al cabo de los dos minutos que tardó en inspeccionarlos, se percató de que había bastantes más de los que había calculado, todos muy diferentes: había uno de tela beige recubierto por un elaborado tejido crochet blanco y otro verde botella, transparente excepto en los aros y en el cierre; había, incluso, uno de lentejuelas. ¿Para qué querría llevarse mamá toda esa ropa vulgar a un viaje del trabajo? Además, aquellos conjuntos de sujetadores y braguitas no fue lo único que encontró en la maleta...
Luego de colocar cada cosa donde estaba, la pequeña reparó en unos compartimentos que se hallaban en los laterales interiores de la maleta. Era evidente que había algo dentro y no podía ser otro sujetador. Sin embargo, cuando introdujo los dedos en uno de los compartimentos, fuera lo que fuese lo que había atrapado, al tacto resultaba igual de repugnante que los bordados y encajes de los conjuntos. Lo siguiente que extrajo de la maleta fue una liga. Ataviado a la goma, el raso de color azul lapislázuli formaba unos pliegues que a la hora de colocar en el muslo haría de la liga un complemento de lo más notable. Rodeando la goma, había una cinta elástica de color negro cuyos extremos colgantes permitirían formar una lazada que haría que la pieza llamara más la atención. ¿Hasta qué punto estaría mamá dispuesta a enseñar las piernas? La había visto en muchas ocasiones andar por casa con esa bata de satén rosa a la que tanto aprecio tenía, seguro que si husmeaba la encontraba en la maleta...; cuando la llevaba puesta dejaba al descubierto los muslos enteros y nunca la había visto ostentarse con ligas como aquella que tenía entre las manos. Y, sin embargo, allí estaba. Su pareja estaría en el mismo compartimento; pero no quiso comprobarlo. Volvió a introducir la liga con sumo cuidado.
No entendía nada; ¿qué querría decir todo aquello? ¿Qué pensaba hacer mamá con toda esa ropa interior? ¿Pretendería ponerse todo eso a lo largo de una sola semana? ¿Para qué? ¿Era sumamente necesario llevar todo eso a un viaje del trabajo? Miró a Jaime junto a la maleta; nunca nada le cambiaba el semblante sereno de patito rechoncho. La niña se tranquilizó; simultáneamente, tomó la decisión de correr la cremallera de todo aquel asunto tan misterioso y extravagante.
Pero en el instante en el que tomó la cremallera entre sus dedos, su atención voló entre bordados y tirantes y se posó en algo que divisó en el fondo de la maleta. Era una tela azul, el mismo azul de la liga que había extraído del compartimento lateral. Pero no era raso ni satén; no era ni un sujetador, ni una braguita; y no estaba adornado ni con lentejuelas, ni con crochet, ni con bordados o encajes. Sin duda, se trataba de algo nuevo... alargó la mano una vez más mientras su oído permanecía atento por si el chorro de agua cesaba en algún momento. Las yemas de sus dedos se encontraron con una fina tela de tul adornada con puntillas del mismo color. Cuidadosamente, tiró de la tela hacia ella. Era una pieza bastante más grande que las que había examinado hasta el momento; de hecho, tuvo que ponerse de pie para poder sacarla por completo. Con ambas manos, intentó poner en orden aquel montón de tela transparente. Y en cuanto lo hizo consiguió asemejar la prenda con un vestido. Asemejar, porque no consideró que hubiese que denominar vestido a aquello que tenía entre las manos. La pequeña no lo sabía, pero aquello que tenía entre las manos era el picardías de mamá. Se puso frente a la ventana que se encontraba entre la puerta del cuarto de baño y la cama y dejó pender el picardías entre su cuerpo y ella. La luz atravesó sin piedad el tul y le dio de lleno en la cara. ¿A quién se le ocurriría salir con un vestido así a la calle? Las puntillas se encontraban en la zona de los pechos y en los laterales del picardías; desde el lugar donde debería estar el talle hasta el final de la falda, en cambio, el tul se hallaba limpio. Se le ocurrió, entonces, colocar la prenda sobre el buzo vaquero que llevaba puesto; la falda caía más allá de sus rodillas. De seguro, a mamá no le llegaría mucho más allá de la cintura; lo justo para ocultar los glúteos un poco. Su hija no pudo más que sentir repugnancia.
Alarmada, se percató de que el sonido del agua había cesado y de que se abrían las puertas de la mampara. Lo más rápido que pudo sacó una de las pilas de conjuntos de la maleta e introdujo el picardías en el fondo de la maleta. Después, volvió a colocarlo todo donde lo había encontrado y pudo proceder a correr la cremallera de la superficie de tela que ocultaba aquel secreto descubierto. La niña sabía que mamá tardaría aún un rato en salir del cuarto de baño, pero no quería arriesgarse más.
  • Vamos, Jaime – murmuró la chiquilla tomando al patito entre sus brazos.
Entonces, salió de la habitación de sus padres en un suspiro y cuando el pasillo la acogió de nuevo, alzó a Jaime sobre su cabeza y lo movió de un lado a otro como a un avión, como si nunca hubiese visto lo que su madre ocultaba en la maleta de viaje. Con la despreocupación que le proporcionaba la indiferencia, continuó jugando bajo la sombra protectora de la inocencia; y así sería hasta que el tiempo decidiera enseñarle.