Derritiéndose…
Deshaciéndose los huesos de los dedos al ocaso; a la tranquilidad del
crepúsculo extranjero. Una ola de sal y un encantamiento duradero cabalgando el
tiempo… retrasando el paso y la huella… acrecentando la mansa nube de espesor
inmenso.
Yace el sol lloviéndose, yergue la raíz, ahogándose la savia, la
esencia, el pausado respirar del árbol breve. Calla el ave y hacia el suelo
vuela, hipnosis letal de un reflejo involuntario. Riega la sangre de un
caminante cansado el consuelo de una palabra rimbombante, el sentido de una
ilusión muerta de repente.
Las lámparas muriéndose al creer la luz. La luna creyendo un día nuevo
para una noche mejor. Ahogando la incertidumbre en una bañera desbordándose el
aceite. Jamás detuvo la yegua el andar del minuto, de la hora enamorándose besó
la tierra y arrastró el pasado al futuro, el futuro al pasado arrastrando…
Quiso el paso salir al encuentro de un espejo, un lienzo calcado en el
agujero que vacío pesa en el alma errante. Quiso la flor caer sus pétalos,
envueltos en un prodigio perecedero, de escaso efecto. Cayeron, pues,
irremediablemente encarceladas en el barro en el que el monzón ha convertido el
pasado.
Enterrando los pies en la arena mojada de una historia inacabada.
Cansancio, inagotable cansancio que lapidas mis días y prendes mis noches.
Hazme amar, quiero enamorar, enamorar un segundo, reconciliar el anterior con
el siguiente y encontrar sentido a la estrella fugaz que ya no existe. Quiero
derretir el agua en este verano eterno… Yo iré… caminaré por la senda hasta el
muro del final… hasta hallar la puerta… la llave no es problema…
Desapareciendo… arrancando… sangrando… llorando las últimas palabras,
matando las lágrimas… la llave… allí, la llave…
La piel, mi ser, mi sentido, mi segundo y mi siguiente… derritiéndose…
tan solo, derritiéndose…
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