Kirian había olvidado aquella sensación por completo. Siempre respetando las señales de tráfico, el Shelby que conducía avanzaba tranquilo y sin prisa; por fin, tenía tiempo de sobra para ella. Llevaba consigo la lista de las cosas que iba a hacer aquel día, escrita aquella misma mañana. Punto número uno: escapar.
En
realidad, aquella idea había brotado en su cabeza tiempo atrás, un
día, rodeada de libros y apuntes en su cuarto, evocando las
vacaciones de verano y el fin de carrera. Puesto que ya había
llegado el momento, desechó toda imagen de libros, clases y
profesores y se limitó a sonreír, sin apartar los ojos de la
carretera. Hacía ya un rato que había dejado atrás San Sebastián
y se dirigía hacia el interior de la península. Y, aunque
desconociendo su destino, se sintió aliviada de poder levar anclas.
Mamá no había acabado por dar su aprobación a aquel viaje, pero no
había podido hacer nada por detenerla; la decisión estaba tomada.
“Lo siento mamá, esta vez gano yo”, pensó Kirian esbozando una
sonrisa de oreja a oreja. El cielo azul lo gobernaba un sol enorme y
radiante que arrancaba haces de luz del capó del Shelby mientras su
conductora se deleitaba con un CD de AC/DC; le pareció apto para
aquel día tan glorioso. Entretanto, había abierto las ventanillas
del coche y se había puesto las gafas de sol. Nada podría estropear
aquel momento.
De
repente, la voz de Bon Scott se desvaneció para sorpresa de Kirian.
En su lugar, comenzó a sonar el teléfono del coche y suspiró para
inspirarse paciencia en cuanto leyó el nombre que apareció en la
pantalla. Debería haberlo previsto antes. Lo último que quería que
pasase estaba apunto de ocurrir. Carraspeó y presionó el botón
idóneo.
- ¿Qué quieres, Claudia? - preguntó aparentando serenidad.
- ¡Te has vuelto completamente loca, ¿verdad?! ¡¿Dónde cuernos estás?! -. La voz de Claudia sonaba alterada.
Kirian
se preguntó si era por temor a perder a su guardaespaldas las noches
de discoteca o por simple y mera envidia. En cuanto a la pregunta, no
tenía intención de caer en la trampa de su hermanastra...
- Deberías preocuparte más por saber cuál es tu lugar en todo esto, ¿no crees? Además, no hagas como que no lo sabes.
- Kirian... ¡A mamá le va a dar un infarto! Deja de hacer tonterías y da media vuelta en cuanto tengas la ocasión.
- No eres nadie para impedirme ir a donde me plazca, no me pongas excusas de colegio. Así que no me equivoco... perseguirme es tu hobby, ¿cierto? - durante el silencio que hubo durante unos instantes, Kirian miró por el retrovisor para confirmar sus sospechas: a través de las gafas de sol, alcanzó a ver el Porsche Cayenne plateado; dentro, divisó el semblante desesperado y enfadado de Claudia, enmarcado por su larga cabellera rubia oscura ondulada. No respondía, así que habló ella -. ¿Sabe tu padre que le has robado el coche?
- Eres tú la que se larga con el Mustang rojo de tu madre. Lo que yo haga no es asunto de tu incumbencia.
- No te inventes cosas, rubia. El coche es tan mío como lo es tuya esa arrogancia. Y es un Shelby; no un Mustang -. Y, descaradamente, Kirian colgó el teléfono a su hermanastra. Odiaba las cosas que se veía obligada a hacer por las insensateces y sandeces de Claudia.
Hacía
mucho tiempo que no cogía el coche, pero no había olvidado el gran
arte de su conducción. Con un suspiro, presionó el botón de las
ventanillas para cerrarlas. Claudia, conociéndola, sospechó cuáles
eran sus propósitos y apretando las manos entorno al volante, esperó
paciente. Entonces, pisando el acelerador, de un volantazo, Kirian
salió del carril derecho en cuanto pudo y cogió velocidad dejando
atrás el Porsche. Claudia reaccionó lo más rápido que fue capaz,
no iba a permitir que Kirian huyera; aunque tuvo que esperar a que la
adelantara un Audi Q5 antes de poder salir del carril, cosa que la
dejaba en desventaja. Kirian observó durante unos segundos el Audi
por el retrovisor con una sonrisa agradecida, mientras la aguja del
velocímetro iba subiendo. Entonces, volvió la mirada a la
autopista; no podía descentrarse, la carretera no era un juego.
El
regreso de AC/DC hizo las veces de banda sonora de la persecución.
El Porsche era un buen coche, potente. Pero el Shelby era más ligero
y más rápido: en 3.8 segundos pasaba de 0 a 100, de ser un adorable
cochecito rojo a un temible monstruo del asfalto. Kirian podría
haberlo disfrutado enormemente de no ser por el Cayenne que le pisaba
los talones. Claudia era realmente dura de roer. Por suerte, la
autopista de tres carriles facilitaba las cosas y no se vio obligada
a pegar frenazos repentinos. Hubo momentos, en cambio, en los que
deseó cambiar el Shelby por un Camaro; los constantes cambios de
carril la obligaban a pegar volantazos y a girar, a adelantar por la
derecha y volver a girar a la izquierda y reconocía que su coche no
era de los más precisos en ese sentido. Pero era buena conductora y
se las apañaba para realizar curvas impecables.
Con
gran alivio, observó que dejaba los demás coches y el incómodo
abucheo de claxons atrás para deslizarse por una carretera desierta
y en línea recta. Le brillaron los ojos; por fin podría pisar el
acelerador sin preocuparse por sortear coches. Claudia también
agradeció ese cambio. Quedaron solos ambos coches enfrascados en una
persecución de película. Claudia presionó el botón de averías,
con la intención de hacer rabiar a Kirian; ésta, en cambio, estalló
en carcajadas. “¡Socorro... una rubia loca conduciendo un
Porsche!”, bromeó. En aquel instante, el velocímetro alcanzó los
150 km/h y las revoluciones se dispararon como la adrenalina que
circulaba por el interior de Kirian. Bon Scott rugió, el motor rugió
y rugió también una voz interior que se moría por salir. Claudia
no pensaba darse por vencida y recordó, complacida, que aún le
quedaba la sexta marcha; pisó el embrague y movió la palanca de la
caja de cambios. Las revoluciones del Porsche descendieron y sintió
como si volara.
Kirian
era consciente de que aquello era totalmente ridículo, casi
infantil; pero la lista de quehaceres señalaba claramente que
escaparía... y no iba a permitir que Claudia se saliera con la suya,
fueran cuales fueran sus intenciones. Ella solo buscaba paz y
soledad... y no consentiría que la obligaran a retroceder.
Consciente de la velocidad a la que se precipitaba carretera a
través, miró por el retrovisor y le pareció que el Porsche
avanzaba rápido y se aproximaba. Kirian sabía que el objetivo no se
trataba de alejarse lo más posible, sino de despistar a Claudia. La
única forma de conseguirlo era tomando alguna de las salidas de la
autopista sin que lo notara. Pero... ¿cómo hacerlo? Debía pensarlo
rápido y, mientras tanto, avanzaba sin que le preocupara el viento
que se rompía contra el capó. Le inquietaba, por momentos, la idea
de que aun tomando una salida Claudia la siguiera... entonces, ¿qué?
Debía pensarlo bien...
De
pronto, a unos metros por delante de ella, Kirian avistó tres
camiones trailer que avanzaban pesados por el carril derecho; al
mismo tiempo vio un cartel que señalaba la salida a una gasolinera a
poco menos de un kilómetro de distancia y, con él, su oportunidad
de idear un plan. Ligero como una pluma, rugiendo como un tigre, el
Shelby se aproximó a los camiones, calculador. Todas las piezas
encajaron cuando Kirian distinguió la curva que trazaba la carretera
hacia la derecha unos metros por delante y el intermitente del
segundo camión, señal de que iba a pasar al carril izquierdo.
“Espero que no sea hoy el día de mi muerte” pensó Kirian
después de haberle dedicado una última mirada al Cayenne por el
retrovisor. Aún más rápido, de improviso y habiendo respirado
hondo, salió de su carril para adelantar al segundo camión por la
izquierda para sorpresa e inquietud de Claudia. Las gigantescas
ruedas del vehículo rodaban lentas en comparación con los
neumáticos del Shelby; tal y como su conductora había calculado, el
parachoques del coche estaba a la misma altura que el del camión
cuando alcanzaban la curva. Entonces, impulsada por la velocidad que
traía, Kirian cruzó el segundo carril por delante del camión y
alcanzó el carril derecho pisando fuertemente el freno, quedando
custodiada por los otros dos trailers y completamente a salvo de los
ojos de Claudia. Ignorando las protestas de los camioneros Kirian
suspiró al comprobar que todo había salido bien; con suerte, su
hermanastra habría perdido su pista. El coche había frenado hasta
alcanzar la velocidad del camión que avanzaba tranquilo por delante.
Las manos de Kirian permanecían, sin embargo, amarradas fuertemente
al volante y su corazón parecía amenazar con atravesarle el pecho y
salir disparado al salpicadero. Decidió no preocuparse por Claudia;
había hecho lo más que podía por deshacerse de ella y a ella le
tocaba ahora decidirse por abandonar aquel juego de críos.
Mientras
recobraba la respiración reía pensando en la tonta de Claudia;
aunque calló de golpe cuando reconoció que ella misma era igual o,
incluso, peor que su hermanastra en eso. Cuando alcanzó la salida
giró a la derecha aún con manos temblorosas. Era consciente de que
podía haber causado un grave accidente y no contarlo. Al menos, todo
había terminado y no había rastro de Claudia. Y, aunque era posible
que algún control oculto delatara la gravedad de su locura, se
sintió realmente aliviada. Incluso se imaginó la cara de ogro que
habría puesto su madre en el caso de que hubiese sido testigo de la
persecución; pero se limitó a parar el coche junto a una pobre
arboleda que había junto a la gasolinera, a salir al encuentro del
calor y de la sombra que proyectaba un árbol en un banco de piedra,
a quitarse las gafas de sol y a sentarse dejando la mente en blanco.
Estaba
mareada y agradeció la brisa de montaña que le apartaba los pocos
mechones de pelo que le molestaban. Su corte de pelo fue un auténtico
escándalo en su día. Hacía ya un par de años que Kirian había
renunciado a su increíble melena. Hasta entonces había ocultado
entera su espalda y había llegado hasta su cintura. Era como un
estandarte color castaño oscuro brillante que en verano era
atravesada por una brecha rubia. Un día, sin haberlo consultado con
nadie previamente, apareció en clase sin la melena, literalmente;
había decidido cortárselo como los chicos, cosa que horrorizó a
sus amigas y sirvió a las más engreídas para empezar a lucir sus
propias melenas con el objeto de cazar especímenes del sexo
masculino, ahora que ya no contaban con su competencia. A Kirian
nunca le importó lo que los demás dijeran de ella; el resultado le
pareció bonito, cómodo y económico. Y seguía pensando de la misma
forma.
Se
pasó la mano por la nuca antes de cruzar miradas con el Shelby. Allí
estaba el gran monstruo rojo que tan adorable y, al mismo tiempo,
poderoso le parecía parado. La gente exageraba muecas de extrañeza
cada vez que Kirian hablaba de las miradas de los coches; sobre todo
en la facultad, donde cualquier comentario era válido para llevarle
la contraria. Cuando lo comentaba fuera de ella no resultaba tan
disparatado. Desde pequeña, conservaba la costumbre de fijarse en el
semblante que formaban los focos, el parachoques y la matrícula en
conjunto. El Shelby le transmitía fidelidad, seguridad, fortaleza y
serenidad. En definitiva, era su coche.
Se
masajeó los ojos antes de volver a ponerse las gafas de sol.
Entonces, se decidió a incorporarse y a acercarse al bólido.
Acarició las dos franjas blancas que atravesaban el coche de
maletero a capó y abrió la puerta del conductor para dejarse caer
en el asiento. Definitivamente, Claudia había perdido a Kirian; ésta
permanecía saboreando ese pensamiento mientras observaba el tráfico
de la autopista que había dejado atrás. No era la primera vez que
Claudia la perseguía en carretera. La última vez se salió con la
suya y Kirian regresó a casa; la argumentación de su hermanastra
había sido precaria, pero en aquel momento carecía de motivos para
no ceder. Esta vez había sido diferente. Tras unos segundos, volvió
la cabeza al interior del coche y dirigió los dedos meñique y
corazón de la mano derecha a un compartimento pequeño que había
junto a la guantera. Apretó con suavidad y el compartimento se
abrió. Ahí guardaba una pequeña libreta y un bolígrafo con los
que le gustaba contar durante los viajes en carretera. En aquella
ocasión, también se encontraba la lista de quehaceres que había
escrito esa mañana. Buscó con los ojos el punto número dos: echar
gasolina al coche.
- Esperemos que no sea tan difícil como el punto anterior... - murmuró Kirian guardando el papel en el compartimento y cerrándolo.
Introdujo
los pies en el coche, cerró la puerta y rodeó el volante con las
manos y con un suspiro. Se disponía a arrancar cuando oyó el
vibrador del móvil. El aparato temblaba en el asiento del copiloto,
debajo del bolso. La chica enterró la cara entre las manos,
maldiciendo su suerte, antes de apartar el bolso en busca del
smartphone. Esperaba que se tratara de Claudia de nuevo; pero no fue
así. La llamada era de Diego. Kirian deslizó el dedo por la
pantalla para descolgar y se acercó el móvil a la oreja.
- ¿Diga?
- ¿Kirian? ¿Dónde estás? - a diferencia de la de Claudia, la voz de su padrastro sonaba tranquila, sin intenciones.
- En una gasolinera, repostando. ¿Tú también me echas de menos? - Diego meditó antes de responder.
- No tengo nada en tu contra, ni te reprocho la decisión que has tomado, Kirian. De hecho, me alegra que quieras desenvolverte... salir del nido... - hizo una pausa antes de continuar. Era evidente que no estaba al corriente de la aventura de su hija; ni lo estaría. Claudia jamás le contaría que se había llevado su coche sin permiso, fuera cual fuera el fin – Kirian, tu madre...
- Si mamá quiere decirme algo que me llame ella misma. Ella es tan abogada como tú, ¿no?; no necesita intermediarios. Su oficio consiste en intermediar – cortó Kirian tajante a su padrastro. Éste prosiguió sin proceder a discutirle nada.
- ... tu madre está preocupada. - lo cierto era que la chica se esperaba cualquier cosa menos eso. Silencio.
- Perdona... ¿cómo dices? - preguntó Kirian entre risas desconcertadas.
- Es tu madre, Kirian; natural que se preocupe. Y en respuesta a tu intervención, he sido yo quien te ha llamado sin la sugerencia ni la solicitud de intermediar de nadie. - aquella conversación empezaba a ser incómoda, sobre todo porque Diego era abogado y se le daba bien eso de hablar. Temía que intentase hacerla volver.
- Curioso - soltó Kirian, en realidad, sin dirigirse a Diego.
- ¿Curioso? - sabría responder a esa pregunta, no obstante.
- Curioso porque la primera vez que esa mujer se preocupa por mí es, precisamente, cuando me largo de casa. Sí, curioso. - Silencio de nuevo. Aunque Kirian no se confió; las discusiones con Diego no eran fáciles.
- Sabes perfectamente que tu madre te quiere y quiere lo mejor para ti...
- En ese caso, lo mejor es que me deje marchar. Ya le he dicho yo eso.
- Déjame terminar, Kirian, no seas descarada. - las intervenciones de Diego desconcertaban aún más por su inexplicable serenidad. Nunca se alteraba por nada. Kirian se preguntaba cómo sería un juicio con él de abogado - Ella quiere lo mejor para ti y, puesto que es tu madre, teme que te estés precipitando y tomando la decisión equivocada. Además, ¿cuáles son tus intenciones a partir de ahora? ¿Tienes alguna idea de qué vas a hacer? - La cosa se estaba poniendo muy fea. Diego sabía que Kirian no se había decantado por ningún destino. Ésta se pensó bien la contestación.
- Yo tomaré las decisiones que tenga que tomar y las consecuencias serán las que tengan que ser; mis propósitos se limitan a seguir el curso de mi vida como persona. Ésa es la intención, ¿cuál era la tuya cuando me has llamado? - Kirian siempre había sido muy directa y detestaba los rodeos de Diego; aunque, en el fondo, quería ahorrarse el tener que confesar a su padrastro la poca idea que tenía de a dónde se dirigía.
- Hablar contigo sobre tu viaje; no hemos tenido ocasión de hacerlo. Yo también estoy preocupado por ti y no considero sensato irme de viaje para un año sin asentarme previamente. ¿De qué recursos dispones?
- Conservo parte de mis ahorros en efectivo y el resto en la cuenta bancaria, como tú y como cualquiera. La tarjeta de crédito está en mi cartera. Y, por si la respuesta no te es válida, te anuncio mi intención de buscar un trabajo cuando yo misma lo considere necesario. Tengo el currículum guardado en mi correo electrónico; no tengo más que informarme, conseguir contactos, enviarlo y esperar. Además, dispongo de un coche, los seguros, el DNI, la tarjeta sanitaria, cuatro bragas, una autopista en la que tengo derecho a circular y una vida por delante, además de una desesperada necesidad de poner en orden mis ideas y, como tú mismo has dicho, de “salir del nido”. - Kirian quedó sorprendida de su espontaneidad. ¿Qué respondería Diego?
- Está bien. Ahora, me gustaría saber a dónde tienes pensado ir. - Aquel era el punto débil.
- Hacia el interior de la península. - respondió Kirian, más o menos tranquila. Diego se tomó su tiempo para proseguir; su hijastra se pensó que insistiría en que le dijera a dónde se dirigía para obligarla a confesar que no tenía ni idea. Pero, para su sorpresa, no fue así.
- Ante todo quería que supieras que nosotros estaremos aquí, pendientes por si necesitas algo, por si cambias de opinión y quieres volver. Estamos preocupados, sí. Pero no vamos a ponerte trabas; como ya he dicho, queremos lo mejor para ti, cielo. ¿Estás segura de que es esto lo que quieres? - Kirian se dio cuenta de que hasta ese momento había hablado en su defensa y convertido aquella conversación en una discusión inútilmente.
- Lo siento. Considero que después de tantos años sumergida en los mismos ambientes, los mismos espacios, ya sabes, tratando con las mismas personas, necesito empezar una nueva etapa lejos de casa. Poner en práctica mi libertad. Llegar al final de la carretera y poner en orden...
- ... tus ideas. - concluyó su padrastro.
- Eso es – afirmó Kirian. Se sintió realmente complacida cuando pensó que su padrastro la entendía de verdad.
- Mantendremos el contacto. Llámame cuando hayas conseguido un lugar donde pasar la noche, ¿de acuerdo?
- Cuenta con ello. Gracias, Diego.
- ¿Gracias por qué?
- Por entenderme. Mamá se lo ha tomado de otra manera.
- Te lo he dicho; está preocupada. Ya sabes cómo es. Llámala de vez en cuando y manténla informada de lo que vayas haciendo. Lo mismo conmigo. Pórtate.
- No os preocupéis por mí – repuso Kirian. Después de unos segundos volvió a romper el silencio – Te llamo luego.
- Hasta luego entonces. Que tengas buen viaje. Te quiero.
- Y yo a ti – Kirian aún no se había acostumbrado a que aquellas dos palabras salieran de la boca de su padrastro; y eso que llevaba muchos años en la familia – Adiós.
- Adiós, cielo. - Y colgó.
Kirian
lanzó el teléfono al asiento del copiloto, de donde lo había
cogido, apoyó la cabeza en el suyo y se masajeó las sienes. “Mejor
no pensar”, se dijo. Antes de agarrar el volante y girar la llave
del coche para arrancar, buscó el bolso con las manos, lo asió y lo
depositó en el asiento del copiloto, junto con el móvil. Entonces,
vio un pico que se asomaba por la abertura; se le había olvidado
sacarlo. Metió la mano y extrajo a Jaime del bolso. El paso de los
años había hecho mella en sus cansados ojos negros, sus costuras y
su relleno; pero seguía siendo su querido patito rechoncho. No había
sido capaz de abandonarlo en su cama. Allí estaba, mostrando la
misma fidelidad veinte años después. Kirian sonrió.
- Cuántas cosas nos han pasado ¿eh, colega? - dijo antes de abrazar a Jaime mientras posaba la mirada en la gasolinera. - Veamos si puedo echarle gasolina a nuestro querido Shelby.
Entonces,
depositó a Jaime cuidadosamente sobre el bolso, arrancó el coche y
se aproximó a uno de los surtidores. Cuando volvió a parar, salió
del coche y cerró la puerta. No había más clientela así que el
encargado se acercó tranquilo, quedando boquiabierto al ver el coche
y a su conductora. Era un hombre alto de raza negra y llevaba una
camiseta roja y blanca con el emblema de Repsol. Observó a Kirian
como esperando una orden.
- Para el Shelby gasolina, por favor. Llene el depósito hasta arriba. Volveré en seguida. - y se dispuso a entrar en el establecimiento a pagar el combustible.
Mientras
se dirigía a la tienda no pudo evitar reflexionar sobre la
conversación que acababa de mantener con Diego. De pronto, recordó
algo que Claudia le había dicho antes: “Kirian... ¡A mamá le va
a dar un infarto!”. Se mordió el labio. Puede que su hermanastra
no la estuviera mintiendo del todo. De todas formas, lo hecho hecho
estaba y, desde luego, Kirian no se iba a arrepentir. A veces se
preguntaba cómo Claudia podía ser tan insoportable teniendo un
padre como Diego. “Su madre será igual de asquerosa” argumentó
para sí. Lo que no se explicaba era la repentina preocupación que
aparentemente había invadido a su madre. Diego le había pedido que
la llamara de cuando en cuando, para que en todo momento estuviera al
corriente de cuál era su situación. En aquel momento, no supo decir
si le resultaba extraño o sospechoso, ni si se sentiría mejor
llamándola. Su madre y ella nunca hablaban por teléfono. Mejor
dicho, nunca hablaban, al menos, de asuntos de considerable
relevancia.
Cuando
abrió la puerta del establecimiento, un soplo de aire frío
expulsado por un ventilador penetró por todos los orificios de su
cara acompañado del olor a café y a tabaco. Miró al encargado de
la tienda entrecerrando los ojos. Era un hombre adulto, de unos
cuarenta o cincuenta años delatados por las canas que se abrían
paso en su cabello oscuro, sin afeitar, musculoso y con un tatuaje en
el brazo derecho. Leía atentamente una revista sobre automóviles.
Llevaba un chaleco vaquero sobre una camiseta de licra blanca que se
ajustaba a su cuerpo y el olor a tabaco se escapaba de un cigarrillo
que permanecía atrapado entre sus dientes. En cuanto vio a Kirian,
se acercó un cenicero repleto de colillas y se deshizo de su
cigarrillo. Dio un paso atrás y exhaló en la ventana abierta.
Cuando en su rostro aparecieron las huellas del asombro y la
admiración, Kirian adivinó que había visto el Shelby. No pudo
evitar sonreír. El encargado silvó sin quitarle los ojos de encima
al coche.
- Shelby Mustang GT-500 del 2010 – hablaba como si se le hubiesen paralizado los músculos de la cara - de 540 CV y motor V8 5.4. Alcanza las 6.250 revoluciones... Realmente, un coche increíble – sus ojos brillaban.
- Veo que sabe usted de coches. - Fue entonces cuando se decidió a mirar a su cliente.
- Disculpa, no estamos acostumbrados a ver cacharros así por aquí. Y mucho menos cacharros conducidos por cacharros. - Flirteó el hombre, guiñándole un ojo. Kirian rió buscando un aperitivo para luego. Todo le pareció caro, pero acabó optando por unas galletas saladas.
- Aparte del combustible va a cobrarme también esto y... ¿no tendrá un mapa de carreteras del país?
- Para vos lo que deseéis. - Dijo haciendo una torpe reverencia.
Volvió
a hacer reír a Kirian y se dispuso a salir del otro lado del
mostrador para adentrarse en la tienda en busca de su pedido. Fue
entonces cuando la joven se percató de cierto detalle. Se sintió
avergonzada sólo de pensarlo, más aún cuando se dio cuenta de que
tendría que hacer la pregunta; gracias a Dios, Diego no estaba allí
para verlo. Un minuto después, el hombre reapareció con el mapa de
carreteras y antes de cobrarle preguntó:
- ¿Querías alguna otra cosa, preciosa?
- Sí... una cosa – abrió el mapa antes de proseguir - ¿dónde cuernos estamos?